miércoles, 30 de mayo de 2012

Veintisiete Noches

          
           Desde hace veintisiete noches en casa siento presencias. Suben y bajan escaleras, abren y cierran puertas. Oigo niños que a veces ríen y que siempre lloran. Oigo voces cercanas, voces extrañas, creo oír a mi madre. Por las noches, en el baño oigo grifos desangrándose y golpes de puerta. En la cama, me sumerjo en el océano cálido de mantas desordenadas y desde esas profundidades escucho murmullos adultos. Luego, una mano ajena siempre me destapa, es entonces cuando el pánico me hace ovillo y con los ojos cegados intento recordar el rezó que olvidé.

             En la calle es peor; desde hace veintisiete días los veo deambular, como hundiendo los pies en el fango de sus penurias. Si me tropiezo con alguno, se me abalanza el miedo y me detengo callando el aire. A veces no puedo esquivarlos y me traspasan. Me dan nauseas sentir como me obstruyen los poros y sacuden mis vísceras. Después se evaporan por el corazón de mi espalda. Creo que ellos no lo notan, pero a mí me vuelcan.
           
             Esta mañana el autobús ha vuelto a pasar de largo,  hacen veintisiete días que no me espera.