
He aprovechado el desorden de un imprevisto desacuerdo para salir, ni siquiera he cerrado la puerta para que no se enteren de que me he marchado. Llevo las babuchas de paño y encima del camisón, el primer abrigo que alcancé del perchero, en uno de sus bolsillos encuentro la cartera de mi hijo Julio.
La noche está oscura y callada, como queriendo llorar. Sobre cicatrices asfaltadas arrastro mis pies mientras con la vista registro las calles yermas en busca de un espacio donde reposar mis huesos añejos. Una casapuerta confortable, el cajero de un banco o la portería de un bloque de pisos, es todo lo que quiero encontrar, me da prisa pensar que de nada me servirán estas babuchas de paño si se mojan.
El año pasado ya supliqué no volver a aquel infierno, y ellos me lo prometieron, pero ahora quedan solo días para el buen tiempo y con él, el tiempo de olvidar promesas, de permutar ideas, de mis últimas imposiciones. Ahora son ellos mis padres y yo la niña insulsa que no sabe discernir entre lo que necesita y le conviene. Ironías de la vida, aquellos mocosos que pedían meterse en mi cama, ahora se sienten con potestad para elegir la cama en la que debo meterme yo.
Mientras acomodo mis carnes en ruina sobre la alfombra de un zaguán, me pregunto cuánto tardarán en darse cuenta de mi huída, cuando dejarán de tramar mi futuro para percatarse de que ha desaparecido la vieja marioneta de su juego de adultos.
La noche está oscura y callada, como queriendo llorar. Sobre cicatrices asfaltadas arrastro mis pies mientras con la vista registro las calles yermas en busca de un espacio donde reposar mis huesos añejos. Una casapuerta confortable, el cajero de un banco o la portería de un bloque de pisos, es todo lo que quiero encontrar, me da prisa pensar que de nada me servirán estas babuchas de paño si se mojan.
El año pasado ya supliqué no volver a aquel infierno, y ellos me lo prometieron, pero ahora quedan solo días para el buen tiempo y con él, el tiempo de olvidar promesas, de permutar ideas, de mis últimas imposiciones. Ahora son ellos mis padres y yo la niña insulsa que no sabe discernir entre lo que necesita y le conviene. Ironías de la vida, aquellos mocosos que pedían meterse en mi cama, ahora se sienten con potestad para elegir la cama en la que debo meterme yo.
Mientras acomodo mis carnes en ruina sobre la alfombra de un zaguán, me pregunto cuánto tardarán en darse cuenta de mi huída, cuando dejarán de tramar mi futuro para percatarse de que ha desaparecido la vieja marioneta de su juego de adultos.