
-Eso espero, no tenemos mucho tiempo, le dije.
-Ya lo sé idiota, no necesito que me lo recuerdes.
Le odiaba, aborrecía su forma de tratarme, y me odiaba a mí por haberlo seguido siempre como la rata inmunda seguía a un fracasado flautista de Hamelín. Era en aquellos momentos cuando intentaba encontrar de entre mis horas, el minuto en qué decidí dejarlo todo por aquel monstruo y adentrarme en la espiral de este juego demente, pero ese minuto nunca aparecía, por mucho que hurgara entre las telarañas de mis recuerdos.
Volvió a apoyar media cara sobre la culata y cerró el ojo de la otra media. Con el último eco del disparo se oyeron gritos y revoloteo de palomas, sin duda esta vez lo había conseguido.
-Bingo!, un hijo de puta menos.
Se acercó eufórico para darme un beso, pero yo aparté mi cara por encubrir la lágrima que se me desbandó al tachar de la lista el nombre número doce.