
Mientras hacía sus maletas, busqué en el cajón del mueble de la tele, donde guardo todos los manuales, las instrucciones para olvidar que un día, no mucho tiempo atrás, guardé segura de que no volvería a necesitarlas. Todavía en la primera página guardaba seca una flor, ya no olía, y en la segunda el título: “Manual de instrucciones para el olvido”. Con el librillo entre las manos para que no se cerrara, me asomé al rellano de la escalera y dirigiendo la voz a un punto indefinido por encima de mí, pregunté: “¿Luis, estás seguro de que no vas a volver?”
“Más que nunca" -me dijo.
Sin duda esta vez lo decía en serio. Me serví una copa, me acomodé en el sofá y seguí leyendo.