
Algunos meses después, cuando el desligue de Rosi me lo permitió, y mis relaciones se dilataron, conocí a Julio. Era compañero de clase, pero no había reparado en él hasta que lo vi en la cola que nos llevaba todas las mañanas al café que nos mantenía en vigilia el resto del día. Me llamó la atención porque me pareció muy apuesto. Julio era un chico alto y fornido y tenía dos hileras de dientes perfectos embalados por unos carnosos labios de pecado. El resto de sus facciones no eran especialmente atractivas, pero en su conjunto se tornaban algo menos que irresistibles. Por todas esas cualidades, me quedé roja y muda como un pavo cuando me habló por primera vez, aún así, se ve que no le caí mal, porque desde aquel día coincidíamos con una frecuencia sospechosa y mi timidez inicial dio paso al desparpajo al que me invitaba su agradable camaradería.
Rosi, que se percató de inmediato de la situación, se encargó de tramar una enrevesada maniobra de alejamiento y para mi asombro, como si del cortejo de un pavo real se tratara, desplegó atrevida el colorido de su plumaje para llamar la atención de Julio, no sé bien si por beneficio propio, o por el simple goce de agraviarme. Simulaba pérdidas de memoria súbitas para defenderse cuando la recriminaba por no haberme dado el recado que Julio le dio para mí, se inventaba los defectos que no tenía, o al menos que yo no veía, y se empleó tanto en ellos que casi llegué a creerlos. Se convirtió en la molesta mosca que todo lo fastidia y la cegaron los celos. Para mi desesperación, se volvió repulsivamente encantadora con el resto del mundo, y conmigo, no pudo evitar delatarme con su mirada las ganas que tenía de darme en uno solo, todos los cogotes que en mi infancia di por ella. No varió su físico en demasía, tan sólo su coleta grasienta por un corte de moda, pero adquirió la pose de un felino, altiva y elegante, segura de sí misma, y con esa seguridad, se disculpó ante mis reproches revelándome que con su actitud intentaba evitar que me encaprichara en exceso y así ahuyentarme de las garras de lo que ella auguró mi primer desengaño amoroso, y yo, crispada de rabia, amenacé con lapidarla si seguía molestándome pero demostró poco aprecio por su vida, o lo captó como una exageración, porque hizo caso omiso a mis advertencias, y no sólo siguió con su empeño, sino que logró seducirlo con toda su fealdad, obsequiándome con la traición más humillante. Dejó de necesitar mi escudo, que era lo único que nos había unido tiempo atrás, y con el cese de mi misión terminó nuestra amistad.
En el final de cualquier historia medianamente lúcida, Rosi no hubiera conseguido más que ridiculizarse y yo me hubiera nutrido de perdices con Julio por el resto de mi vida, pero sustento una vez más la dudosa dicha de ser la excepción, y en pago a mi dedicación, Rosi enamoró a Julio, se casó con él y son repugnantemente felices, y yo, que sigo soltera, y sin ánimo de dejar de serlo, me quedo mirando su cara de desprecio cuando me cruzo con ellos, y al pasar por su lado, inconsciente y susurrante, le digo tres veces “fea”, por las humillaciones, las enemistades, los bocatas que comí en la solitaria esquina de la clase, los castigos, los enfrentamientos, la reputación perdida y el calor que todavía conservo en la palma de mi mano...Fin.