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Desde hace veintisiete noches en
casa siento presencias. Suben y bajan escaleras, abren y cierran puertas. Oigo
niños que a veces ríen y que siempre lloran. Oigo voces cercanas, voces
extrañas, creo oír a mi madre. Por las noches, en el baño oigo grifos
desangrándose y golpes de puerta. En la cama, me sumerjo en el océano cálido de
mantas desordenadas y desde esas profundidades escucho murmullos adultos.
Luego, una mano ajena siempre me destapa, es entonces cuando el pánico me hace
ovillo y con los ojos cegados intento recordar el rezó que olvidé.
Esta mañana el autobús ha vuelto a pasar de largo, hacen veintisiete días que no me espera.