domingo, 10 de octubre de 2010

Negocios macabros.


Algunos de mis amigos lloran desde lejos, otros se acercan al cristal y desde la comisura de mis ojos veo cómo me miran lánguidos, desconsolados, curiosos. A mi madre no la veo, pero la supongo rendida y abandonada en el sofá.

Susana ha entrado despacio, moviendo la cabeza al compás del volante de su impoluto traje negro, y como habíamos acordado, a seis baldosas de mí se abre el telón de su teatro y empieza su cantaleta de lloros y preguntas sin respuesta a un dios que no conoce.
Casi me río cuando entre lágrimas postizas me guiña un ojo, eso es que la compañía de seguros ha cedido. Nunca me había alegrado tanto estar muerto.