domingo, 4 de mayo de 2014

Mi madre no es la mejor madre del mundo.



Pero mi madre me dejó que en mi pronta adolescencia llenara las paredes de mi habitación de recortes de revista y la cara interna de los armarios (y a veces la externa) con posters de mis hombres utopía.

Y también almacenó montañas de manoplas porque le daba pena no comprarle al gitano que subía cargado de mercería hasta el quinto piso.

Y hace bizcochos porque sí, por si llega alguien a casa.

Y siente amor humano por los animales, y alimenta a escondidas a los que llegan perdidos.

Y mi madre hace amistad con el rey y con el mendigo, y no ve la diferencia.

Y cuando llevo de improvisto o no, amigos a comer a casa, no me pregunta quien, por qué ni hasta cuando, solo pregunta si a mi amigo le gustará el puchero y se pone a pelar papas para la tortilla.

Porque mi madre hace las tortillas más buenas del mundo.

Y mi madre no riñe mi obsesión por el dudoso donativo, sino que busca en sus bolsillos.

Y mi madre se ríe con ganas siempre y le hacen gracia los chistes largos, pero sufre en la misma medida. Le duelen las grandes catástrofes pero también un uñero en la gente a la que quiere, que es mucha.

Y sin embargo es mi madre la única capaz de convencerme de que los problemas no tienen tanta importancia.

Mi madre no es la mejor madre del mundo, es la tuya, pero mi madre es una persona maravillosa.