martes, 26 de enero de 2010

A mi gavina triste


El abuelo Francisco encontró una carta de amor debajo de su colchón. La descubrió aplastada sobre los hierros rancios del viejo somier cuando buscaba un calcetín con ardor de independencia. La bajó a la cocina entre turbado y mohíno y nos la enseñó con el ánimo de encontrar una respuesta niña que le aliviara el lastre de sus celos. El sobre estaba ajado, ambarino por sus bordes y en el centro, con una caligrafía cervantina cuatro palabras, "A mi gavina triste". Dentro, dirigidos por un "Cádiz, Veinte de Septiembre de Mil novecientos treinta y ocho" habitaban veintitrés promesas de amor infinito, tres deseos febriles y una plegaria, "por favor, nunca me olvides". En el pie, "con todo mi amor, Francisco López" y una rúbrica, que aunque lozana y viril y ahora como escrita en papel sobre esponja, reconocimos como la firma del abuelo.
La abuela no dijo nada, hastiada como estaba ya del desgaste del recuerdo, se quedó de espaldas, enredando entre cacharros de cocina y del humo que afloraba de las ollas hizo una cortina para que no viésemos llorar a la gavina triste.

jueves, 14 de enero de 2010

Todos los días al sol


y al viento, y al frío y a la lluvia...

Anoche me acordé de este señor que fotografié a las puertas de las Cuevas de Aracena, y me pregunté dónde se estaría resguardando de este diluvio y de las noches de frío. Me pregunté qué sería de tantas y tantas personas que no tienen más techo que un cartón, ni más casa que un portal.

Y me desperté hoy con verguenza por quejarme de los patios anegados, de la humedad de las paredes, de los cristales empañados, de las fotos que se arrugan, de la ropa que no se seca.

miércoles, 6 de enero de 2010

Regalo Saudade


Los Reyes Magos me trajeron toneladas de Saudade, en cajas de 5 kilos selladas con cinta marrón de embalar. Me las encontré esta mañana en el salón, por debajo de la mesa, junto a la estantería y detrás del sofá, estaba todo lleno de saudade.

Una señal del esquivo sol me invitó a salir a la calle, y sorteando la maraña de bicicletas con cuatro ruedas, paseé mi nostalgia con esmero, como las niñas paseaban sus carritos de capota, con la absoluta seguridad de que ni en todo el mundo habría uno mejor. Luego el cargo de la añoranza me resultó algo incómodo, me impedía reír con normalidad, y ya para cuando mis sobrinos me pidieron jugar al fútbol con ellos, el peso de mi saudade se había multiplicado en mi espalda. En dos horas estaba empachada de tanta melancolía, y eso que a ratos se fugaba a borbotones por el iris de mis ojos.

Ahora, acabando el día, la añoranza atraviesa mis tejidos y empieza a doler. Ya no me sienta bien este desasosiego, me esclaviza el pecho con su constante presión. Y miro a mi alrededor y no veo más que cajas de saudade esperando a que las abra, no veo más que cajas, cajas y sus sombras.

Por eso regalo saudade, en pequeñas dosis que no duelen, a quien busque inspiración, a quien desee una pausa, a quien pretenda desinfectarse, a quien la necesite. Regalo el sobrante, que es mucho, porque mi despensa está a reventar de mercancía. Tengo tanta que me temo que si no voy arriando la carga, ni en todo el año me desprenderé de esta saudade.



"El texto es completamente verídico (para mí desgracia), y la imagen está hecha en uno de los maravillosos callejones de Lisboa, la cuna de la Saudade"