domingo, 9 de febrero de 2014

Palabras embotelladas



         La pequeña Ignacia tenía más nombre que cuerpo y mucho más cuerpo que pecados. Su trenza como hecha con entredós, caía pesada sobre el centro de su espalda, clavándose  los pelos desprendidos en los huecos de hilo de su única rebeca beige.
        Ignacia  jugaba con sus primas a ser esposas  y  madres, por ese orden. Cosían muñecas de trapo y de trapos hacían sus vestidos. Luego, como si siguieran jugando, de puntillas fregaban platos, cocinaban, lavaban a los hermanos y lavaban sus tules.
      Pero Ignacia desde que aprendió a  escribir, a escondidas de sus primas, caprichos de poeta la llevaron  a guardar gajos de papel donde nadie los encontrara. En cada uno de ellos escribía una palabra.  Palabras forasteras, palabras inconexas, palabras que un día llenarían poemas, todas las palabras de su mundo escritas y embotelladas.
      Tristemente, tempranas obligaciones adultas acabaron pronto con su costumbre y ráfagas de rutina barrieron deseos poetas y todo su capital de palabras.

    Esta noche, Ignacia mujer, ha despertado en la oscuridad. Cree haber sentido en la cara aleteo de mariposas. Ha vuelto a cerrar los ojos pensando un sueño, no se ha dado cuenta de que su almohada está llena de palabras.