jueves, 23 de septiembre de 2010

Tardes televisivas


En la primera sala una enjunta mujer teñida de rojo sostenía una rata por la cola y se la acercaba repulsivamente a la boca, entonces de la de mi primo salió un ruido que bien podría haber sido una tos o una arcada;

-"que azco quillo, vamonó de aquí".

Al otro lado estaba el pirado del coche que hablaba, demasiado fantástico, y dos puertas más allá, un grupo de energúmenos en semicírculo discutían a gritos sobre algo que nosotros, ni ellos, entendíamos. Aquella tarde nada nos gustaba.

"Vamono tío, ezto eh un tramojo"- y yo le hice caso a mi primo, que para eso es mayor que yo.
Nos colocamos frente de la cristalera por dónde habíamos entrado, y con medio paso atrás conseguimos el impulso para saltar sobre el sofá de la salita antes de que llegara mamá con la merienda, ella odia que nos metamos en la tele.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

También son amores



Rodolfo hablaba a veces, pero yo sólo lo entendía cuando soplaba viento de poniente.
Le llamé Rodolfo por un tío mío que tenía la piel casi tan verdosa como él, y tres veces al día, le llevaba al sitio donde le encontré, un termo de leche caliente con migajones. Supe que su familia vivía en el llano de detrás del pabellón, oculta entre matojos, pero nunca le pregunté por ella ni por su vida ni le conté de las mías, en cambio compartimos días con sus horas, confidencias y el tablero del parchís.

Una noche de poniente se despidió con la certeza de no volver, y yo desanduve el camino como si llevara todos los migajones pegados en la garganta y el Pacífico en el lagrimal, sin imaginar que Rodolfo se presentaría en casa al otro día, a la hora aciaga de las visitas.

Mi vecina de la derecha, que siempre tiene cuatro de sus siete orejas pegadas a mi pared, preguntó en portería quien era ese tipo raro que paraba con su vecina de la izquierda, pero al parecer, para martirio de su curiosidad y alivio de mi zozobra, nadie le vio entrar.

Aquella misma tarde en el noticiero de las tres cuatro chiquillos frenéticos aseguraban haber visto un platillo volante aparecer por encima del pabellón y alejarse a una velocidad inhumana.
-"Rodolfo, ¿cuánto te quedas?”,
-"Serán sólo unos días", -me dijo, pero yo ya sabía que se quedaría a vivir.