miércoles, 29 de agosto de 2012

En Defensa de la Q.

 
 
                Mala suerte tuvo la pobre de haber nacido unida a una U.  El apéndice no fue carga cuando la escritura a mano la ataviaba con ribetes de tinta. Luego, aún cuando ya no se hacía croché con las letras, ella fue la más completa del alfabeto,  la señora escoltada, la letra almidonada.

 
                  Pero llegó el fatídico día de las amputaciones, de las prisas y de las faltas de espacio, y una letra con mochila ya era mucho bulto para un tren de pasajeros desnudos. Quizás la solución hubiese sido concretarla librándola de su carga. ¿quizás la “q” a secas no ocupaba el mismo espacio que una letra autónoma?. Pero lejos de la disección, la solución fue suplantarla por la extraña y olvidada “k”.
                   Fonéticamente la K a Q viene a ser como el tocino a las matemáticas, aún así, nuestro libertinaje ortográfico nos ha permitido  la licencia. Tanto se ha extendido esta malformación, que ahora, que volvemos  a tener espacio y tiempo,  no hemos vuelto a recuperar a la señora del alfabeto.  
                   Cierto es que es muy limitada y que sólo se habla con la vocales de en medio, pero hay ciertas palabras que son infinitamente más redondas si se escriben con la q.
Alegato en defensa de la q.
Queremos que vuelva la quisquillosa, quebradiza y querida Q.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Veintisiete Noches

          
           Desde hace veintisiete noches en casa siento presencias. Suben y bajan escaleras, abren y cierran puertas. Oigo niños que a veces ríen y que siempre lloran. Oigo voces cercanas, voces extrañas, creo oír a mi madre. Por las noches, en el baño oigo grifos desangrándose y golpes de puerta. En la cama, me sumerjo en el océano cálido de mantas desordenadas y desde esas profundidades escucho murmullos adultos. Luego, una mano ajena siempre me destapa, es entonces cuando el pánico me hace ovillo y con los ojos cegados intento recordar el rezó que olvidé.

             En la calle es peor; desde hace veintisiete días los veo deambular, como hundiendo los pies en el fango de sus penurias. Si me tropiezo con alguno, se me abalanza el miedo y me detengo callando el aire. A veces no puedo esquivarlos y me traspasan. Me dan nauseas sentir como me obstruyen los poros y sacuden mis vísceras. Después se evaporan por el corazón de mi espalda. Creo que ellos no lo notan, pero a mí me vuelcan.
           
             Esta mañana el autobús ha vuelto a pasar de largo,  hacen veintisiete días que no me espera.


domingo, 15 de abril de 2012

Hay ropa tendía


      A base de tanto oírla y alguna menos pronunciarla, ya no me parece extraña, pero antes, mucho antes, esta expresión siempre extemporánea me turbaba, sobre todo cuando literalmente y para mi asombro comprobaba que efectivamente no había ropa tendida. Pero claro, esos eran los años de las películas de rombos, de las conversaciones sobre el innombrable proceso de hacerse mujer de la niña, y el año en el que no dejábamos de encontrarnos insólitos y viscosos globos blancos en el llano del pabellón. Ahora no es lo mismo, ahora nada sorprende a un niño, todo está explicado, todo sabido y todo comprendido.

      Desapareció por siempre la sombra de duda que proyectaba la ropa tendida.

 
      Apunte: Su origen es el argot carcelario y originariamente, cuando los reclusos estaban conversando sobre algún tema que era solamente de su incumbencia y no querían que los guardas se enterasen, al acercarse alguno de los vigilantes, decían ojo... hay ropa tendida, dando a entender que era el momento de cambiar de tema.

miércoles, 11 de abril de 2012

Tacones cansados



 En algún lugar, después de la fiesta, delicados tacones de aguja y satén suspiran de alivio cuando una mujer se descalza.

sábado, 31 de marzo de 2012

Lo que trajo la lluvia.




        
       La lluvia ha traído tontas nostalgias que no han entrado en los desagües. De nuevo la música me retrae a un sábado cualquiera de unos cuantos años. Las cintas de cassete de pimpinela fueron las primeras que vivieron en la basta minicadena que nos regaló la caja de ahorros de Jerez por comprometer nuestras cuatro miserias. Para mí era todo un equipo de música, de mini, nada. Por aquel entonces todo el vecindario y aledaños tenía una igual en casa, aunque la nuestra se destacó en dos días, lo que tardamos en partirle la puerta de cristal, resultado de una entretenida pelea con mi hermano. Y desde aquellos altavoces rústicos, cada sábado, prorrumpían las peleas, los cuernos, las pasiones, las tristezas y las mentiras de este duo de dos, estorbando a la cháchara de las vecinas, al gitano que vendía manoplas, a Paco el pájaro con sus cupones y sus caramelos de drácula dulce y al silbido sordo, cuatro pisos abajo, del panadero.

        Hoy me ha dado por volver a escucharlos. Hoy sus letras me parecen machistas e insidiosas, y ahora no me hermano con la pobre cornuda, sino que me repele su sumisión, pero aquellos eran otros tiempos, y yo tenía otros pájaros anidando en la cabeza.

domingo, 4 de marzo de 2012

Cambio de planes.


    Desde que murió papá, por la fuga de mi escondite veo hombres distintos, extraños, altos. Ayer, uno de ellos me descubrió, desde entonces mamá llora mucho y siempre. Hoy, al límite de su tristeza ha adelantado mi ducha de sábado, me ha coloreado con su brillo de labios y al fin me ha permitido jugar en su habitación.

miércoles, 11 de enero de 2012

El beicon se repite.

     Y también me repito yo. Este texto es producto de una tarea de la Escuela de Letras, pero el blog de la Petra Pan no solo vive de aire, y aire es lo único que tengo últimamente en la cabeza. (La tarea consistía en realizar un texto con la frase de inicio "Aquella mañana, Dios se levantó malhumorado y me pidió de desayunar un par de huevos con beicón" y con la frase final; "por suerte, el helicóptero ya no estaba allí").


         Huevos con Beicon

        Aquella mañana, Dios se levantó malhumorado y me pidió de desayunar un par de huevos fritos con beicon. No me sorprendió, cuando se enfada engulle calorías a mansalva en perjuicio de su incipiente colesterol, pero había algo en su porte que me resultaba extraño. Desde hacía unas semanas había notado cierta sátira en sus palabras, y más de una vez tuve que persignarme después de que soltara algunas salidas de tono. Reconozco, Ave María purísima, que a veces me volvía para que no me viera reír, y era entonces cuando aprovechaba para darme un cachete en el culo y sacarle la lengua a mi cara de espanto. Cuando le pedía que se arrepintiera de sus pecados, me culpaba por pasearme escasa de ropa, pero es que en esos días de Noviembre en casa no se podía parar de calor. Los domingos se encerraba en el baño, durante horas, y desde la cocina podía oír sus risas y difamias extravagantes que yo atribuía a su mortificación por el estado lamentable de la fe en el mundo. Luego salía del baño feliz, sin rastro de furia, con un intenso olor a azufre y con unas enormes ganas de copular (Ave María purísima).

         Aquella mañana, digo, en la que se levantó extrañamente malhumorado, todavía con el brillo grasiento del beicon en la barba, me confesó que él no era mi Dios, pero que por mí cambiaría su tridente por mis tenedores de picnic.

        Esa tarde mi esposo volvió a casa después de un mes de cónclave en la tierra. Llegó abatido, desalentado y pesimista, y a mí además me pareció molestamente rutinario. Y es que para mí, ya se habían transformado en inolvidables los recuerdos que parieron aquellos días diabólicos. 

       Después de pensármelo largamente durante dos minutos, dejé a Dios comiendo el puchero y salí corriendo hacia el helipuerto. Por el camino recé porque el helicóptero destino al infierno aún no hubiese despegado, porque alguien me esperara, porque pudiera dilatar infinitamente mi nueva dicha. Y mis rezos fueron oídos...sin acordarme de que Dios era mi marido. En ese instante una luz cegadora apareció entre las nubes y un relámpago de fuerza descomunal cayó sobre la pista de aterrizaje, pero por suerte, el helicóptero ya no estaba allí.