Anoche
vi las primeras. Las
noté despistadas. Andaban sin concierto ni comunidad, nada que ver con el orden
preciso al que me tienen acostumbrada. Me dio incluso la sensación de que eran
tímidas, y que más que en busca del paquete de galletas abierto, querían
avisarme de su llegada. Me acosté tranquila, el hombre del tiempo había dicho
que para la semana que viene bajarían las temperaturas y yo leí entre líneas, “y
las hormigas volverán a sus escondites”. Efectivamente, esta mañana ni rastro
de ellas.
Pero el
día tiene muchas horas, yo muchas tareas
y las hormigas que habitan en el esqueleto de mi casa son muy listas;
Esta
noche me las he encontrado ya en perfecta sincronía. Divinamente colocadas, una
detrás de otra, el mismo paso, la misma distancia entre ellas, la misma
dirección y el mismo objetivo. Una línea perfecta de metros que solo se bifurcaba a la vista de dos propósitos distintos, el
cubo de la basura y una partícula semi invisible de jamón dulce de la pizza de
anoche.
Ya no me queda duda de que realmente hoy ha empezado la pesadilla.
Ellas saben
que yo tengo un arma, y yo sé que ganaré batallas pero nunca esta guerra.