sábado, 11 de mayo de 2013

La banda sonora de mis mañanas


 
 
             Mi vecino es músico y últimamente solo toca canciones tristes de piano. La melodía cadenciosa va saliendo como vapor de guiso de sus ventanas, cruza el patio y entra por las mías. Ahora que el sol seca macetas y humedades y  las ventanas de mi casa están recogidas, la música no encuentra obstáculo para colarse lánguidamente por las habitaciones. Luego franquea el pasillo, sube escaleras y las baja, y en lo que tarda en hervir el café, la música ya forma parte de mi vida.
Esta mañana me he dado cuenta, de que desde que pasa esto, en casa, todas las mañanas, me siento como en los minutos antes del final de una película.
Desayunar, limpiar los baños, ver un programa basura, el ordenador, todo tiene un rociado nostálgico. Escribir es triste, las llamadas, doblar ropa, hacer zapping, las fotos, hasta una partida de Scrabble, aunque la esté ganando.
También mi mirada es afligida. Miro como miran las protagonistas amantes en películas de final infeliz. Miro como en las despedidas,  como quien ve una puesta de sol con una maleta en una mano y una esquela en la otra, aunque lo que mire no sea más que el respaldo del sofá con sus cojines desinflados, el centrifugado de la lavadora o las gotas secas de la última lluvia pegadas al cristal.
Todo en mis mañanas se digiere con ese sabor que baila entre la pena y la desazón, todo místico, todo ralentizado, mañanas contemplativas.
Más tarde, al final de la mañana, Cuando el piano se cierra, se termina la película y todo vuelve a ser lo que es y a su justa velocidad. Es entonces cuando mi vida vuelve a parecerme más absurdamente común.