domingo, 10 de octubre de 2010

Negocios macabros.


Algunos de mis amigos lloran desde lejos, otros se acercan al cristal y desde la comisura de mis ojos veo cómo me miran lánguidos, desconsolados, curiosos. A mi madre no la veo, pero la supongo rendida y abandonada en el sofá.

Susana ha entrado despacio, moviendo la cabeza al compás del volante de su impoluto traje negro, y como habíamos acordado, a seis baldosas de mí se abre el telón de su teatro y empieza su cantaleta de lloros y preguntas sin respuesta a un dios que no conoce.
Casi me río cuando entre lágrimas postizas me guiña un ojo, eso es que la compañía de seguros ha cedido. Nunca me había alegrado tanto estar muerto.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Tardes televisivas


En la primera sala una enjunta mujer teñida de rojo sostenía una rata por la cola y se la acercaba repulsivamente a la boca, entonces de la de mi primo salió un ruido que bien podría haber sido una tos o una arcada;

-"que azco quillo, vamonó de aquí".

Al otro lado estaba el pirado del coche que hablaba, demasiado fantástico, y dos puertas más allá, un grupo de energúmenos en semicírculo discutían a gritos sobre algo que nosotros, ni ellos, entendíamos. Aquella tarde nada nos gustaba.

"Vamono tío, ezto eh un tramojo"- y yo le hice caso a mi primo, que para eso es mayor que yo.
Nos colocamos frente de la cristalera por dónde habíamos entrado, y con medio paso atrás conseguimos el impulso para saltar sobre el sofá de la salita antes de que llegara mamá con la merienda, ella odia que nos metamos en la tele.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

También son amores



Rodolfo hablaba a veces, pero yo sólo lo entendía cuando soplaba viento de poniente.
Le llamé Rodolfo por un tío mío que tenía la piel casi tan verdosa como él, y tres veces al día, le llevaba al sitio donde le encontré, un termo de leche caliente con migajones. Supe que su familia vivía en el llano de detrás del pabellón, oculta entre matojos, pero nunca le pregunté por ella ni por su vida ni le conté de las mías, en cambio compartimos días con sus horas, confidencias y el tablero del parchís.

Una noche de poniente se despidió con la certeza de no volver, y yo desanduve el camino como si llevara todos los migajones pegados en la garganta y el Pacífico en el lagrimal, sin imaginar que Rodolfo se presentaría en casa al otro día, a la hora aciaga de las visitas.

Mi vecina de la derecha, que siempre tiene cuatro de sus siete orejas pegadas a mi pared, preguntó en portería quien era ese tipo raro que paraba con su vecina de la izquierda, pero al parecer, para martirio de su curiosidad y alivio de mi zozobra, nadie le vio entrar.

Aquella misma tarde en el noticiero de las tres cuatro chiquillos frenéticos aseguraban haber visto un platillo volante aparecer por encima del pabellón y alejarse a una velocidad inhumana.
-"Rodolfo, ¿cuánto te quedas?”,
-"Serán sólo unos días", -me dijo, pero yo ya sabía que se quedaría a vivir.

martes, 31 de agosto de 2010

VOLVER

A menos de dos horas del primer día de Septiembre, me siento como si fuese el día 31 del último mes del año, pero sin uvas. Precisamente hoy ya me he sorprendido diciéndome, "mañana empiezo el régimen, mañana voy a correr, mañana desempolvo la bicicleta, mañana me pongo las pilas en el trabajo, mañana vuelvo a escribir, mañana ordeno el armario (y además nunca jamás dejo que se vuelva a desordenar), mañana dejo la ropa preparada por la noche, bla bla bla, y así, sin querer, se me han resbalado cien propósitos, los mismos cien propósitos de siempre perfectamente alineados y renovados dos veces al año. Como ya conozco el paradero último de mis anodinas pero siempre inalcanzables aspiraciones, publico mi compromiso de volver a este blog, y solo así, sintiéndome en deuda, me veo capaz de liberar al "propósito de escribir" del sempiterno "propósito".




Esperad que no encuentro las llaves...ya está, ale, entrad, estáis en vuestra casa.

domingo, 11 de julio de 2010

Campeones!

Mañana el despertador volverá a sonar a la misma hora programada desde hace casi quince años, mañana volveré a echar gasoil al coche y esperaré el mismo tiempo por hacerme un hueco entre la marabunta de coches que a esa hora tienen las mismas necesidades que el mío. Mañana me encontraré los mismos papeles que dejé sobre la mesa el viernes pasado, los mismos impuestos, los mismos descuadres. Mañana volverá a ser todo igual, ni más ni menos que los mismos problemas, la misma España en crisis, la misma crisis de espíritu, pero aún así, hoy, en este momento dejadme que grite una vez más...

CAMPEONESSSS!!!!!

Un brindis por los que han conseguido lo que no consiguen muchos, que un país olvide por unas horas las penas y miserias, los enfrentamientos vecinos, las diferencias y las trabas. Y un brindis para que este sentimiento de unidad nos duré algo más que la celebración.

domingo, 20 de junio de 2010

Benditas cabezaítas

La "cabezaíta" es el estado de placer momentáneo más natural e inofensivo que conozco (bueno, se conocen otros pero hoy es el momento de la cabezaíta).

Empiezan las piernas a hacerse pesadas, se destensan los músculos, se caen los brazos, los ruidos se hacen lejanos, murmullos si acaso. El bienestar se va instalando poco a poco en todos los huecos, se cae el cuello, se van hilvanando los párpados, se cosen dos milésimas después...y en cuestión de segundos nos aborda un sueño placentero que nos pasea por el paraíso entre flores aromáticas de mil colores techadas por un cielo azul princesa, sin importarnos donde estemos, quien nos mire, o si nos roban las baratijas que estamos vendiendo.
Pasado un minuto, ni más ni menos, algo que no sabemos nos despierta con violencia y se descosen los párpados, se levanta el cuello, nos inunda el desasosiego de habernos dormido, los ruidos se hacen cercanos, molestos, se tensan los músculos. Y es entonces cuando miramos a todos lados importándonos ahora quien nos mira y quien nos habrá mirado, y consultamos el reloj, y nos preguntamos ansiosos si nos habrán robado alguna baratija.

miércoles, 19 de mayo de 2010

¿Por qué damos limosnas?


Estoy leyendo "Rapsodia Gourmet", de la escritora de "La elegancia del Erizo", Mauriel Barbery. Esta tarde leí unas páginas en las que un indigente describe desde su posición, los dos tipos de viandantes que él distingue. Inmediatamente yo me ubiqué en el primer grupo (con salvedades y con vergüenza), no puedo negar una limosna pero tampoco hago nada por erradicar la miseria, y luego me pregunté cual era la verdadera intención de la limosna, ¿la damos por aliviar corazones o por callar conciencias?, ¿por sincera generosidad o por evitarnos la molestia de negar?, ¿entregamos altruístamente o esperando alguna clase de recompensa?. Es curioso pero ahora mismo yo no sabría contestarme. ¿y tú?


Este es parte del texto que me ha hecho meditar, no se lo pierdan;

"Hay dos categorías de viandantes. La primera es la más corriente, aunque tiene ciertos matices. No cruzo nunca la mirada de éstos, o si acaso fugazmente, cuando me dan una moneda. A veces sonríen un poco, pero se les ve incómodos, y se alejan deprisa. O si no, no se detienen siquiera y pasan lo más rápido posible, su mala conciencia los atormenta durante cien metros (cincuenta antes, cuando me ven de lejos y se apresuran a mantener la cabeza fija en la otra acera hasta que, cincuenta metros después del harapiento, ésta recupera su movilidad de costumbre), y después me olvidan, vuelven a respirar libremente, y la punzada en el corazón que han sentido, de compasión y vergüenza, se va difuminando. [...] ...Que se vayan a la mierda esos burgueses que se las dan de socialistas, esos que quieren todo; su abono para el concierto en el Châtelet y que se salve a los pobres de la miseria, tomar el té en Mariage y la igualdad para todos los hombres, sus vacaciones en la Toscana y que desaparezcan de las aceras los aguijones de su culpabilidad, pagar en negro a la asistenta y que todo el mundo escuche sus discursos de defensores altruista, ¡El Estado, El Estado! ¡Es un pueblo analfabeto aquel que adora al rey y sólo acusa a los malos ministros corruptos de todos los males que lo aquejan!… […]


Y luego está la otra categoría; la de las malas bestias, los auténticos cabronazos, los que no aprietan el paso , no apartan la vista, al contrario, me miran fijamente con sus ojos fríos, y despiadados, ahí te pudras, me trae sin cuidado, allá tú si no has sabido pelear por la vida, ninguna indulgencia para con la escoria, para con la plebe que vegeta entre sus cartones de subhombres, para ellos no hay cuartel, o se gana o se pierde, y si crees que me avergüenzo de mi dinero estás muy equivocado…[…]

miércoles, 7 de abril de 2010

Un agradecimiento


Gracias a la melodía de eslabones contra vírgenes doradas que siempre anticipan tu presencia, aún sin tu presencia.

A tú sonrisa analgésica,

a tu caricia fragante,

a tu palabra justa.


A la entrega, el valor, la vida.



Gracias a tu mensaje certero capaz de mitigar penas y ensalzar primaveras, aún no siendo primavera.


A tu cobijo balsámico,

a tu generosidad paliativa,

a tu olor que es solo tuyo.


Al consuelo, la calma, el silencio.


Gracias a la enfermera, la maestra, la amiga, el ejemplo la confidente, la aliada, la compañera, y a todo eso que eres tú, aún siendo solo madre.


A mi madre, a todas las madres.

domingo, 28 de marzo de 2010

Mi querida Rosi...Parte III y última.


Algunos meses después, cuando el desligue de Rosi me lo permitió, y mis relaciones se dilataron, conocí a Julio. Era compañero de clase, pero no había reparado en él hasta que lo vi en la cola que nos llevaba todas las mañanas al café que nos mantenía en vigilia el resto del día. Me llamó la atención porque me pareció muy apuesto. Julio era un chico alto y fornido y tenía dos hileras de dientes perfectos embalados por unos carnosos labios de pecado. El resto de sus facciones no eran especialmente atractivas, pero en su conjunto se tornaban algo menos que irresistibles. Por todas esas cualidades, me quedé roja y muda como un pavo cuando me habló por primera vez, aún así, se ve que no le caí mal, porque desde aquel día coincidíamos con una frecuencia sospechosa y mi timidez inicial dio paso al desparpajo al que me invitaba su agradable camaradería.

Rosi, que se percató de inmediato de la situación, se encargó de tramar una enrevesada maniobra de alejamiento y para mi asombro, como si del cortejo de un pavo real se tratara, desplegó atrevida el colorido de su plumaje para llamar la atención de Julio, no sé bien si por beneficio propio, o por el simple goce de agraviarme. Simulaba pérdidas de memoria súbitas para defenderse cuando la recriminaba por no haberme dado el recado que Julio le dio para mí, se inventaba los defectos que no tenía, o al menos que yo no veía, y se empleó tanto en ellos que casi llegué a creerlos. Se convirtió en la molesta mosca que todo lo fastidia y la cegaron los celos. Para mi desesperación, se volvió repulsivamente encantadora con el resto del mundo, y conmigo, no pudo evitar delatarme con su mirada las ganas que tenía de darme en uno solo, todos los cogotes que en mi infancia di por ella. No varió su físico en demasía, tan sólo su coleta grasienta por un corte de moda, pero adquirió la pose de un felino, altiva y elegante, segura de sí misma, y con esa seguridad, se disculpó ante mis reproches revelándome que con su actitud intentaba evitar que me encaprichara en exceso y así ahuyentarme de las garras de lo que ella auguró mi primer desengaño amoroso, y yo, crispada de rabia, amenacé con lapidarla si seguía molestándome pero demostró poco aprecio por su vida, o lo captó como una exageración, porque hizo caso omiso a mis advertencias, y no sólo siguió con su empeño, sino que logró seducirlo con toda su fealdad, obsequiándome con la traición más humillante. Dejó de necesitar mi escudo, que era lo único que nos había unido tiempo atrás, y con el cese de mi misión terminó nuestra amistad.

En el final de cualquier historia medianamente lúcida, Rosi no hubiera conseguido más que ridiculizarse y yo me hubiera nutrido de perdices con Julio por el resto de mi vida, pero sustento una vez más la dudosa dicha de ser la excepción, y en pago a mi dedicación, Rosi enamoró a Julio, se casó con él y son repugnantemente felices, y yo, que sigo soltera, y sin ánimo de dejar de serlo, me quedo mirando su cara de desprecio cuando me cruzo con ellos, y al pasar por su lado, inconsciente y susurrante, le digo tres veces “fea”, por las humillaciones, las enemistades, los bocatas que comí en la solitaria esquina de la clase, los castigos, los enfrentamientos, la reputación perdida y el calor que todavía conservo en la palma de mi mano...Fin.

sábado, 20 de marzo de 2010

Mi querida Rosi...parte II


Me dediqué durante los años de mi niñez a corretear y sacudir a cualquiera que osara insultar a Rosi en mi presencia, y la rara vez que yo no estaba presente, ella se encargaba de hacérmelo saber con la sutileza y disimulo que obligaba su exceso de orgullo. Hizo de mí, con el despotismo y la altanería que sólo utilizaba conmigo, su fiel lacaya, dispuesta a defenderla aún a costa de mi maltrecha reputación.

Rosi tenía literalmente dos dedos de frente. Entre el triángulo que anunciaba el nacimiento de su cabello y el bache de su entrecejo, no distaría más de tres centímetros. Los ojos parecían una par de madrigueras oscuras, y en el fondo, más al fondo, dos granos de café. Su nariz, ligeramente ladeada, estaba dividida en el centro por un hueso emergente, y no guardaba simetría en tamaño con el resto de la cara, sino que se exhibía prominente, tanto que casi ocultaba en su totalidad la raya de trazo fino que tenía por boca. Su pelo era encrespado, mantecoso y del color de la castaña, atado siempre con una goma azul deshilachada, a la altura de la nuca. Vestía con ropas anchas que ocultaban su abultado vientre, al menos hasta que una ráfaga de viento las ceñía a su cintura.

Cuando la edad me dio el suficiente civismo, y me hice cargo de mi supuesta condición de señorita instruida, con no más de quince años, me armé con la paciencia que nunca tuve y sustituí mis golpes infantiles por teorías espirituales y lecciones de moral que ni yo misma creía, pero que surtían un asombroso efecto y lucían más elegantes que mis ridículos berrinches, aunque bien es cierto que mis particulares correctivos se redujeron porque a esa edad, la sinceridad se hacía menos transparente y se extendía un pequeño pero justo velo de cierto reparo entre los vejadores.

Coincidimos en la elección de licenciatura, allá por el año ochenta y uno, cuando los pantalones de pitillo elásticos nos ahogaban y las hombreras de las chaquetas de chorreras nos hacían parecer rudos jugadores de béisbol. En aquel tiempo, Rosi pareció haberse inmunizado ante las risitas burlonas y las indiscretas miradas, empezó a entablar con soltura y no volvió a pedir ni mi auxilio ni mi compañía. Entre tanto yo, que necesito ver el suelo para saber que me he caído, seguí ejerciendo mi cometido voluntario de protección, y justifiqué su reacción ingrata con un estado transitorio de aturdimiento... continuará

sábado, 13 de marzo de 2010

Mi querida Rosi...Parte I


La ocurrente madre de Rosa María de las Mercedes, tardó tres meses en decidir tan generoso nombre, tres minutos en adjudicarlo y tres segundos en convencerse de que semejante derroche de imaginación se reduciría en la voz de la gente a un escueto “Rosi”.

Rosi Montes de Villaseca, que tenía nombre de aristócrata y regencia de plebe, nació una original mañana fría de Agosto en el último pueblo de la provincia de Cáceres. Dicen que lo hizo de nalgas, y que el parto duró más de lo previsto, razón por la cual, llegó al mundo con la piel arrugada como una pasa y el color de la mora madura. Los que asistieron a tal evento no se amilanan al admitir que no conocieron recién nacido más feo y deforme, y cuarenta y tres años después del alumbramiento, que el paso del tiempo sólo logró aumentar algo su estatura, mucho su peso y aclarar el color violeta de su piel.

Para mí y mi peculiar gusto, Rosi no era más que una persona de disimulada belleza, pero nada destacable ni demasiado inusual, aunque reconozco que mi indulgente opinión sobre ella tenía mucho que ver con la maña adquirida, porque crecí mirándola y porque la falta de belleza también vivía en el hueco de mi espejo.

Haber compartido con ella año de nacimiento y primer apellido, me adjudicó la obligación escolar de sentarme a su lado en clase de párvulo, y la moral de hacerlo en todos los cursos que le siguieron, que no fueron pocos.
Me adecué con más paciencia que esfuerzo a su agrio carácter, y cuando las sinceras y viperinas lenguas de los compañeros se mofaban de sus defectos a golpe de grito, yo me levantaba el traje a la altura de las rodillas y corría a la velocidad que lograban mis escuálidas piernas. A veces los alcanzaba y les daba tremendo cachete, que por el color y el calor que me dejaba, y la risa que ellos mostraban, suponía que padecía más la palma de mi mano que sus cogotes. A veces no llegaba a cazarlos, porque mi carrera era detenida bruscamente por el maestro de guardia que me sujetaba por un brazo, más arriba del codo, y casi sin poner pie en el suelo, me soltaba en el despacho del director, que resignado, me obsequiaba con el castigo al que me tenía acostumbrada. Era entonces cuando pasaba tres días sin recreo, en el último rincón de la clase, con un bocadillo de chorizo untado en una mano, y con la otra haciendo aspavientos para apartar las molestas avispas que en la época estival se reunían al olor copioso de mi desayuno...continuará

sábado, 13 de febrero de 2010

La Fragilidad del Amor (Osho)


Os traigo un texto que me gustó de Osho, aprovechando mi necesidad acuciante de sentirme activa y cerca, la proximidad del día más amorosamente comercial del año, y la falta de inspiración que últimamente me está azotando. Espero que os guste.

La Fragilidad del Amor

No penséis que el amor es eterno. Es muy frágil. Es tan frágil como una rosa. Por la mañana está ahí, y por la noche se ha ido. Cualquier cosa pequeña puede destruirlo. De hecho, cuanto más elevada es una cosa, más frágil es. Ha de ser protegida. Una piedra permanecerá, pero una flor desaparecerá. Si arrojáis una piedra contra una flor, la primera no saldrá dañada, pero la segunda será destruida.El amor es muy frágil y delicado. Hay que ir con mucho cuidado con él. Se puede causar tanto daño como para que la otra persona se cierre y se ponga a la defensiva. Así es como nos cerramos. Si lucháis demasiado, el otro comenzará a escapar de vosotros; se tornará más y más frío, más y más cerrado, para no volver a ser vulnerable a vuestro ataque. Entonces lo atacaréis más porque os resistiréis a esa frialdad. Se puede convertir en un círculo vicioso. Y así es como se separan los amantes. Se alejan el uno del otro y creen que el otro es el responsable, que el otro los ha traicionado.De hecho, tal como yo lo veo, ningún amante ha traicionado alguna vez a nadie. Es solo la ignorancia la que mata el amor, nadie lo traiciona. Los dos querían estar juntos, pero, de algún modo, ambos eran ignorantes. Su ignorancia les jugó malas pasadas que se multiplicaron.

Osho


La foto está hecha bajo los últimos rayos de sol de verano que tanto echo de menos, en un rinconcito de playa gaditana.

martes, 26 de enero de 2010

A mi gavina triste


El abuelo Francisco encontró una carta de amor debajo de su colchón. La descubrió aplastada sobre los hierros rancios del viejo somier cuando buscaba un calcetín con ardor de independencia. La bajó a la cocina entre turbado y mohíno y nos la enseñó con el ánimo de encontrar una respuesta niña que le aliviara el lastre de sus celos. El sobre estaba ajado, ambarino por sus bordes y en el centro, con una caligrafía cervantina cuatro palabras, "A mi gavina triste". Dentro, dirigidos por un "Cádiz, Veinte de Septiembre de Mil novecientos treinta y ocho" habitaban veintitrés promesas de amor infinito, tres deseos febriles y una plegaria, "por favor, nunca me olvides". En el pie, "con todo mi amor, Francisco López" y una rúbrica, que aunque lozana y viril y ahora como escrita en papel sobre esponja, reconocimos como la firma del abuelo.
La abuela no dijo nada, hastiada como estaba ya del desgaste del recuerdo, se quedó de espaldas, enredando entre cacharros de cocina y del humo que afloraba de las ollas hizo una cortina para que no viésemos llorar a la gavina triste.

jueves, 14 de enero de 2010

Todos los días al sol


y al viento, y al frío y a la lluvia...

Anoche me acordé de este señor que fotografié a las puertas de las Cuevas de Aracena, y me pregunté dónde se estaría resguardando de este diluvio y de las noches de frío. Me pregunté qué sería de tantas y tantas personas que no tienen más techo que un cartón, ni más casa que un portal.

Y me desperté hoy con verguenza por quejarme de los patios anegados, de la humedad de las paredes, de los cristales empañados, de las fotos que se arrugan, de la ropa que no se seca.

miércoles, 6 de enero de 2010

Regalo Saudade


Los Reyes Magos me trajeron toneladas de Saudade, en cajas de 5 kilos selladas con cinta marrón de embalar. Me las encontré esta mañana en el salón, por debajo de la mesa, junto a la estantería y detrás del sofá, estaba todo lleno de saudade.

Una señal del esquivo sol me invitó a salir a la calle, y sorteando la maraña de bicicletas con cuatro ruedas, paseé mi nostalgia con esmero, como las niñas paseaban sus carritos de capota, con la absoluta seguridad de que ni en todo el mundo habría uno mejor. Luego el cargo de la añoranza me resultó algo incómodo, me impedía reír con normalidad, y ya para cuando mis sobrinos me pidieron jugar al fútbol con ellos, el peso de mi saudade se había multiplicado en mi espalda. En dos horas estaba empachada de tanta melancolía, y eso que a ratos se fugaba a borbotones por el iris de mis ojos.

Ahora, acabando el día, la añoranza atraviesa mis tejidos y empieza a doler. Ya no me sienta bien este desasosiego, me esclaviza el pecho con su constante presión. Y miro a mi alrededor y no veo más que cajas de saudade esperando a que las abra, no veo más que cajas, cajas y sus sombras.

Por eso regalo saudade, en pequeñas dosis que no duelen, a quien busque inspiración, a quien desee una pausa, a quien pretenda desinfectarse, a quien la necesite. Regalo el sobrante, que es mucho, porque mi despensa está a reventar de mercancía. Tengo tanta que me temo que si no voy arriando la carga, ni en todo el año me desprenderé de esta saudade.



"El texto es completamente verídico (para mí desgracia), y la imagen está hecha en uno de los maravillosos callejones de Lisboa, la cuna de la Saudade"