HECHO VERÍDICO Nº1: TE QUIERO CALL OF DUTY.
Pasillo del Bahía Sur, frente al escaparate de "Game". Espero no me acuerdo qué, pero como siempre, observo. Se acerca una mujer de unos cuarenta y cinco años, pero cuarenta y cinco años de los antiguos. La acompaña un niño de unos doce, y por la cara de indiferencia de la mujer, lo supongo su hijo. Un hijo también de los antiguos, de los que como yo nunca se bañaron con los padres, ni les dieron besos en la boca. El niño detecta la tienda de videojuegos, y en ella, un juego archiconocido de gente en constante guerra. Se adelanta unos pasos de la madre y, como quien deja en una fiesta una copa vacía donde sabe que no debería dejarla, el niño se acerca al escaparate, apoya la mano sobre el cristal y semi susurra un avergonzado y sin embargo incontrolable: "te quiero, calduty".
Lo que más irrita a los tiranos es la imposibilidad de poner grilletes al pensamiento.
martes, 30 de diciembre de 2014
domingo, 14 de diciembre de 2014
Viaje al Centro de la Envidia.
Se llama Anita Bin y exhibe constantemente fotos
de sus viajes solitarios de mochila. Lo hace sin restricción de público, con la
clara intención de no ponerle puertas a la envidia, por eso yo, sin ser su
amiga, ando día y noche rastreando sus inagotables pasos y su vida descolocada.
Ayer publicó las fotos de Nicaragua: Sonríe mientras pisa selvas de un verde impoluto, ante el olor a vómito de un volcán y sonríe saltando
sobre la acera tierra de unas fachadas color parchís. También tiene fotos
coronando montañas verticales en
los Alpes suizos, desperezándose sobre desiertos de sal en
Bolivia, visitando bibliotecas budistas en la India, nadando en un lago
azulísimo de Tahití, tomando té en Sri Lanka, rezando a todos los Dioses de
escayola, abrazando a un niño
tailandés… y en todas y cada una de ellas esa calcada, satisfecha y repulsiva
sonrisa.
Porque
estoy segura de que Anita Bin, debajo de la sonrisa, tiene hueco para las
necesidades mundanas, y la imagino echando de menos alguna vez la tranquilidad
de dormir entre sábanas propias, una
comida de empresa y las doce transferencias. Incluso quizás eche de menos un
domingo de diciembre debajo de la mesa
camilla, distinguir el olor propio en una habitación, el albornoz y la lata de
la costura, sin embargo, esa certeza hoy no ha conseguido, mientras espumo el
puchero, que sus fotos no se me claven en esa parte de mi cerebro donde hacino todos
los sueños muertos.
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