sábado, 20 de marzo de 2010

Mi querida Rosi...parte II


Me dediqué durante los años de mi niñez a corretear y sacudir a cualquiera que osara insultar a Rosi en mi presencia, y la rara vez que yo no estaba presente, ella se encargaba de hacérmelo saber con la sutileza y disimulo que obligaba su exceso de orgullo. Hizo de mí, con el despotismo y la altanería que sólo utilizaba conmigo, su fiel lacaya, dispuesta a defenderla aún a costa de mi maltrecha reputación.

Rosi tenía literalmente dos dedos de frente. Entre el triángulo que anunciaba el nacimiento de su cabello y el bache de su entrecejo, no distaría más de tres centímetros. Los ojos parecían una par de madrigueras oscuras, y en el fondo, más al fondo, dos granos de café. Su nariz, ligeramente ladeada, estaba dividida en el centro por un hueso emergente, y no guardaba simetría en tamaño con el resto de la cara, sino que se exhibía prominente, tanto que casi ocultaba en su totalidad la raya de trazo fino que tenía por boca. Su pelo era encrespado, mantecoso y del color de la castaña, atado siempre con una goma azul deshilachada, a la altura de la nuca. Vestía con ropas anchas que ocultaban su abultado vientre, al menos hasta que una ráfaga de viento las ceñía a su cintura.

Cuando la edad me dio el suficiente civismo, y me hice cargo de mi supuesta condición de señorita instruida, con no más de quince años, me armé con la paciencia que nunca tuve y sustituí mis golpes infantiles por teorías espirituales y lecciones de moral que ni yo misma creía, pero que surtían un asombroso efecto y lucían más elegantes que mis ridículos berrinches, aunque bien es cierto que mis particulares correctivos se redujeron porque a esa edad, la sinceridad se hacía menos transparente y se extendía un pequeño pero justo velo de cierto reparo entre los vejadores.

Coincidimos en la elección de licenciatura, allá por el año ochenta y uno, cuando los pantalones de pitillo elásticos nos ahogaban y las hombreras de las chaquetas de chorreras nos hacían parecer rudos jugadores de béisbol. En aquel tiempo, Rosi pareció haberse inmunizado ante las risitas burlonas y las indiscretas miradas, empezó a entablar con soltura y no volvió a pedir ni mi auxilio ni mi compañía. Entre tanto yo, que necesito ver el suelo para saber que me he caído, seguí ejerciendo mi cometido voluntario de protección, y justifiqué su reacción ingrata con un estado transitorio de aturdimiento... continuará

11 comentarios:

Dani7 dijo...

La descripción sencillamente genial.

Anónimo dijo...

esa Rosi con esa nariz inmanta...sigue...Fita

genialsiempre dijo...

Como me gusta!!!... pero sabe a poco. Que bien describes a Rosi...pero todavía me gusta más la "señorita instruida que necesita ver el suelo.."
Este relato promete.

José María

Unknown dijo...

Estoy con Dani7.
Es sencillamente genial.

Buscador de buscadores dijo...

Estoy impaciente por averiguar cómo devolverá Rosi todos los favores...

Magnífica tu narrativa.

Besos desde el ocaso.

Anónimo dijo...

¡Qué bonito!
Boca de raya fina. He visto bocas así y son muy graciosas. Parecen las aberturas tragaperras de las máquinas de los aparcamientos, o de las máquinas de tabaco.
Y lo de los ojos madriguera...jejejeje.
Sí, la descripción es genial y tú siempre mezclas lo cómico con lo triste. Te imagino con una sonrisa de medio lado.
De esto también me voy a llevar "cantidá" ¡Póngame UNO!

Pedro Estudillo dijo...

Vaya manera de describir. Tengo a la Rosi en mi retina, con lo fea que es la joía.
Sigue, sigue.

Paco Ramos dijo...

enganchado a tu historia!

Antonio Fassa dijo...

Hiperrealismo fotografico, como Antonio Lopez pero a golpe de teclado.

Fantástico!!!

No tardes con la 3ª entrega...

María Dolores dijo...

Extraordinario Carmen, creo que no me queda nada que decir que no hayan dicho los compañeros.

Tal vez lo acorde de las reacciones de las protagonistas según la edad que me parece tan magnífica como la descripición de Rosi.

Loli.

Ely dijo...

Que lindo post, me gusto mucho.
Te sigo, saludos.