martes, 30 de diciembre de 2008

La Última Hora de mi Superstición.


LA ÚLTIMA HORA DE MI SUPERSTICIÓN


(BASADA EN HECHOS IRREALES)


Se detuvieron al unísono todos los segunderos de mis relojes, mi tiempo muerto. Un escalofrío inquietante recorriendo a saltos de poro a poro cada astilla de mi piel. Alcé la mirada buscando a mi alrededor algún consuelo, una fútil señal de que éste no era mi final, pero no obtuve más respuesta que la devolución de sus miradas aderezadas con una lastimosa compasión. Nadie hablaba, nadie respiraba, tan solo sus gestos, espejos del mío, diagnosticaban lo que sería un año de lenta agonía. A punto de rebosar mi almacén de lágrimas me senté derrotada en el sillón donde un minuto antes, asediada por brillantes luces de neón y manjares dignos de zares, había sido tan feliz. Me abandoné a la tristeza más desolada, el crujido de mi mundo hecho dos. Poco después, cuando mi llanto olía a pena vieja, empecé a sentir las primeras muestras de condolencia, las primeras manos que tímidas se acercaban a mi hombro, a mi pelo y a mi cara con la intención fracasada de desterrar con caricias el total de mi desconsuelo.
-¿Por qué yo?- me pregunté,
-¿Acaso me lo merezco? ¿Por qué este año no fui capaz?-.
Siguieron mis lágrimas rodando en dirección a mi mirada que se posaba en el vaso donde aún descansaban las uvas que no pude tragar.


Con mis mejores deseos para este año, para esta vida.
Carmen.

8 comentarios:

genialsiempre dijo...

Otra vez un bello relato y muy propio de la fecha. Carmen, a este paso se me acaban los adjetivos, así que si notas que alguna vez no comento es que estoy embelesado releyendo.

José María

Pedro Estudillo dijo...

Describes los momentos de manera deslumbrante. He sentido esa lágrima resbalar por mi mejilla.
Se nota que escribes con el corazón.
Este año seguro que serán menos amargas esas uvas.
FELIZ AÑO NUEVO.

Antonio Fassa dijo...

Si algo positivo tuvo aquella angustiosa semana, es que por su maldita culpa, ahora engendras relatos tan poderosos como este.

A pesar te todo Feliz Año Nuevo.

Antonio Fassa dijo...

Por cierto. Mortal y rosas es la obra cumbre de Umbral y, mira tú que experiencia tan extrema, provocó tan magistral novela.
Un beso.

María dijo...

No encuentro nada más angustioso que la sensación de un reloj sin agujas...uvas de la suerte que amarguean, empezar un nuevo año con sensación de final... Este año será mejor, los buenos deseos de los lectores y lectoras de tu blog te arroparán.
Un besito de nueva lectora que se queda.

Escuela de Letras Libres dijo...

"Cuando mi llanto olía a pena vieja..." Te voy a confesar algo, no he entendido muy bien tu relato pero... ¿Qué más da? Hay algo que va por encima de la descripción pura y dura, y es lo que tú consigues. Emocionas y das que pensar con frases hermosas... "Cuando mi llanto olía a pena vieja.." Soberbio.

(Me gusta cómo escribes, pero espero no abrumarte, reconozco que yo me abrumaría si alguien me dijera lo que te dicen a ti de tus escritos)

Antoñín

Carmen dijo...

Gracias a todos por vuestros comentarios, y por leerme con tan buenos ojos. Este texto tan dramático en apariencia no es más que una parodia sobre la tradición de las uvas de fin de año, y la creencia de que no comerlas todas es un augurio de mala suerte, no era más que eso, pero creo que aceleré demasiado el desenlace y al final me ha quedado un poco espeso para digerir.
Nos vemos pronto, besos.

Relatos on the rock dijo...

Me ha gustado que elijas el instante de las uvas y el tono que le concedes. Realmente la Navidad y sus ceremonias pueden ser tan melodramáticas como hipócritas. Bueno, pueden ser muchas cosas, la verdad.

Si quitamos esas capas de falsedad nos quedarían historias bastante crudas unas, ridículas o graciosas otras...El año pasado, por ejemplo, estaba en un velatorio en las últimas horas del año, aunque luego brindé con una sonrisa por la vida y la memoria del difunto. Y 2008 fue bastante bueno, por cierto.

No suelo comerme las uvas, más como tonta rebeldía que otra cosa. Este año tampoco.
En ese momento estaba en un bar en Tánger, brindando con una cerveza, observando el ambiente un tanto casposo y "libertino" que envuelve estos garitos nocturnos del mundo musulmán. Una caspa muy literaria.

La frase que ha destacado Antoñín, el llanto que olía a pena vieja, es soberbia. He pensado lo mismo.

Feliz año, amiga, gracias por tu escritura.
L.