martes, 16 de diciembre de 2008

Quizá demasiado tarde


Me aferré a historias que consideré inmejorables, fui alimentado con los escombros de la melancolía, mantuve candente el ardor del pasado intentando prolongarlo solo con rescoldo, con la tan única como absurda esperanza de revivirlas, pero entendí, quizá demasiado tarde, que la perfección del recuerdo nos la regala la imaginación y nada de lo que hoy añoramos ocurrió realmente.

Subí a lo más alto de la montaña, enfrentándome al frío, el hambre y la soledad más inhumana, me desgarré las pieles, me batió el anhelo, padecí lo indecible en el duro ascenso y todo porque me juré encontrar allí la diosa felicidad, y cuando alcancé la cima descubrí, quizá demasiado tarde, que allí no habitaba el paraíso y que la dicha la fui dejando atrás en cada pequeña meseta que me invitaba a descansar.

Me adentré en mares oscuros de violento oleaje, me abandoné a la profundidad de sus aguas, me dejé la vida por el ánimo de cambio que me ofrecía lo desconocido y al llegar a la orilla codiciada comprendí, quizá demasiado tarde, que allí nada me esperaba, que toda mi fortuna, mi verdadera riqueza yacía varada junto a mi despedida en la otra orilla.

Ahora vago cual Quijote sin armadura, confundido, desvalijado, intentando rescatar todo lo perdido sin más compañía que mi porfiado arrepentimiento, un arrepentimiento que ahora me cobija, quizá demasiado tarde.

2 comentarios:

Pedro Estudillo dijo...

Qué calladito te lo tenías. Esto se avisa, mujer.
Ya me suponía yo que bajo esa máscara callada y prudente se escondía toda una mente lúcida y rebelde, además de poeta.

Ahora mismo te enlazo en mi blog, así te podré seguir más de cerca.
Saludos.

genialsiempre dijo...

Opino lo mismo que Pedro, ha sido un placer que debemos agradecer a Antoñín, pero una vez encontrado te enlazo a mi blog para tenerte marcada cada vez que escribas algo.

José María