-Esta vez no erraré el tiro.-Eso espero, no tenemos mucho tiempo, le dije.
-Ya lo sé idiota, no necesito que me lo recuerdes.
Lo que más irrita a los tiranos es la imposibilidad de poner grilletes al pensamiento.
-Esta vez no erraré el tiro.









“Verá usted, señoría, dos veces en semana, mi esposo se da una vuelta en nuestro globo aerostático, yo le ayudo a elevarse y él decide la dirección. Ayer le vi conducirse hacía el norte, dicen que la vendimia este año se ha adelantado meses, por eso del cambio climático, y supuse que fue a comprobarlo. Lo cierto es que no volvió, y a estas horas no sé nada de él.”




Sabía que todo lo que iba componiendo sus cuerdas vocales era parte de su artimaña para convencerme, una vez más, de su legendaria inocencia, por eso esta vez, más que endulzarme, su enjambre de halagos me estaban empalagando.
Cuando viera su dibujo sobre la Inmaculada Concepción se echaría a reír, como siempre hacía. No entendíamos qué gracia le hacía al primo Santana la imagen trágica de aquella virgen grafiteada, a sabiendas de que le costó más de un disgusto aquel capricho vandálico del 86, donde no sólo hizo añicos las figuras de decenas de dioses y vírgenes inertes, sino que prendió fuego hasta a la túnica negra del capellán. Como ya esperábamos rió a carcajadas reluciendo como nunca sus ojos tintos al reconocer los últimos resquicios de su fechoría. Cuando se hartó, volvió a despedirse de nosotros, mientras, travieso, me pinchaba una nalga con su tridente.


Qué el hace el sexo en Internet
el pudor en la vedette
qué hace un Porsche en Tel Aviv
un pigmeo en un iglú
una duda en un vudú
qué hace Frida sin sufrir
Si así como quién no quiere la cosa
más fácil dispara rosas un misil,
que tú un quizás.
quien me manda a ser adicto de tus besos
si la luna no es de queso, ni tu boca souvenir.
Qué hace un casto en un motel,
qué hace un genio en un cuartel
y que estás haciendo tú, sin mí
Qué estás haciendo tú,
qué estoy haciendo yo
subastando en el mercado
besos tan improvisados
con despecho al portador.
Qué estás haciendo tú,
qué estoy haciendo yo
malgastando en cualquier cama
lo que se nos de la gana
pa' vengarnos de los dos.
Qué hace un lunes en verano
un judío sin paisanos
y qué estoy haciendo yo,
sin ti...
Qué hace un hippie en la oficina
una orca en la piscina
una monja en carnaval
qué haces tú cuando estás sola
chapuceándote en las olas de un pasado que pasó
Qué hago yo cuando el domingo es por la tarde
y el campeón se hace cobarde y pregunta dónde estás
ya no estoy para los versos de Neruda
si en mi cama no figura ni un buen beso de alquiler
Qué hace el Louvre sin Mona Lisa
un nudista con camisa
y qué estoy haciendo yo sin ti
Qué estás haciendo tú,
que estoy haciendo yo
subastando en el mercado
besos tan improvisados
con despecho al portador
Qué estás haciendo tú,
qué estoy haciendo yo
malgastando en cualquier cama
lo que se nos de la gana
pa' vengarnos de los dos
Qué hace un 30 de febrero
que hace un rey sin heredero
y que estoy haciendo yo... sin ti.



Mi Amor;




Creo que las cenas me hacen daño, al intentar dormir últimamente sólo consigo extrañas pesadillas. Sueño que vivimos en el siglo XXI y que el progreso ha llegado a nuestras vidas. No os riais, pero creo ver hasta hombres comprar pasajes a la luna y regalar estrellas. Al despertar todo vuelve a su sitio, el progreso del siglo XXI se disuelve en mi almohada, de nuevo la realidad del tiempo en que vivimos, el siglo donde aún hay mujeres en el mundo que están condenadas a vivir ocultas debajo de un burka, mujeres con un futuro hipotecado, con un marido impuesto al que les deben total entrega y obediencia. Mujeres carentes de derechos, constantemente juzgadas, expuestas siempre a maltratos inhumanos.


Por cada muro un lamento
en Jerusalén la dorada
y mil vidas malgastadas
por cada mandamiento.
Yo soy polvo de tu viento
y aunque sangro de tu herida,
y cada piedra querida
guarda mi amor más profundo,
no hay una piedra en el mundo
que valga lo que una vida.
Yo soy un moro judío
que vive con los cristianos,
no sé que Dios es el mío
ni cuales son mis hermanos.
No hay muerto que no me duela,
no hay un bando ganador,
no hay nada más que dolor
y otra vida que se vuela.
La guerra es muy mala escuela
no importa el disfraz que viste,
perdonen que no me aliste
bajo ninguna bandera,
vale más cualquier quimera
que un trozo de tela triste.
Y a nadie le dí permiso
para matar en mi nombre,
un hombre no es más que un hombre
y si hay Dios, así lo quiso.
El mismo suelo que piso
seguirá, yo me habré ido;
rumbo también del olvido
no hay doctrina que no vaya,
y no hay pueblo que no se haya
creído el pueblo elegido.
En la puerta había una gorra negra. -“¡¡¿Qué hace esto aquí?!!”, bramó con el tono de desprecio al que me tenía acostumbrada y yo, que no podía desvelar su origen, me encogí de hombros simulando una total ignorancia. De un manotazo insultante la tiro al suelo, sobre la mugre de meses sin barrido y abrió la puerta de nuestra casa, su refugio y mi celda. Aquel volver a empezar era distinto, yo ya no creía sus promesas, él ya ni siquiera prometía, ahora yo no tenía miedo; "Cuando veas mi gorra en tu puerta prepara las maletas, esa noche vendré a por ti". Repetí en silencio una a una sus palabras y sonreí. 
Lo peor del amor cuando termina
son las habitaciones ventiladas,
el puré de reproches con sardinas,
las golondrinas muertas en la almohada.
Lo malo del después son los despojos
que embalsaman el humo de los sueños,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole ni dueño.
Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar los pecados veniales,
condenar a la hoguera los archivos.
Lo atroz de la pasión es cuando pasa,
cuando al punto final de los finales
no le siguen dos puntos suspensivos…

La que siempre lucía antes de que los bombarderos acabasen con él. La misma sonrisa que le instalaron en la incubadora y que, setenta y dos años después, permanecía intacta aún las grandes dosis de desdichas que diariamente le administraban. Eusebio sabía que el día que dejara de sonreir le mataría el dolor de sus reumáticos huesos, su estómago acusaría la falta de alimento y el cuerpo sufriría la realidad de los grados negativos que apenas mitigaban los envoltorios de cartón de las botellas de cinco litros de lejía. 
Anoche vino a verme de nuevo. Por momentos tengo miedo a que la intensidad y la rapidez de los latidos que acompañan al bombeo de mi corazón, lo expulsen de mi cuerpo, sin embargo sus visitas aplacan mi angustia y hacen brotar desde algún rincón remoto de mi ser una ilusión lastimosa e irreal. Acercó su carita de ángel a la mía y pude sentir su presencia aún con los ojos cerrados. Los abrí con dilación por el miedo a no encontrarla, pero al fin estaba allí, mirándome atentamente con sus ojitos color esmeralda. Sonrió dulcemente cuando supo que la había visto y alargó su brazo desnudo para rozar mis labios con las yemas frías de sus delicados dedos. Mi lágrimas no tuvieron freno, y las que quedaron rezagadas rodaron sin pausa en el siguiente parpadeo. En el segundo que tardé en abrir mis ojos, Marta volvió a desaparecer, dejando en el aire su inconfundible aroma, mi pecho henchido de dolor y la esperanza de volver a verla. 
